Tras los dos fines de semana viajeros anteriores, este finde toca quedarse en Rokkasho. El sábado por la mañana he quedado con el señor IM para ir a Misawa a asegurar el vehículo que le acaba de comprar a otro español que se acaba de ir de vuelta a las españas después de siete años en los japones. Antes de recogerle, me paso por el mirador del Obuchi-numa a ver qué se cuece. Aparte del
cignus cignus y de las
ardea cinerea y las
ardea alba de costumbre poco hay. Así que tras un rato recojo a IM y nos vamos a Misawa.
Misawa está a unos cuarenta kilómetros de Rokkasho. Tiene aeropuerto, base militar conjunta japonesa-estadounidense y, supuestamente, mucha más animación que Rokkasho. El problema es que los cuarenta kilómetros se hacen pesaditos, dado que la carretera no es para tirar cohetes y si encima la haces a oscuras (como suele ser habitual dada la peculiaridad del horario japonés) se hace eterna. A pesar de eso, en este sitio hay dos bandos: los pro-Misawa y los pro-Rokkasho. Yo, francamente, no sabría con cuál quedarme si me obligaran a elegir.
Una vez hechos los trámites del seguro, vamos a comer al restaurante tailandés que nos enseñó un colega francés. La gracia consiste en que te dejan elegir el nivel de picante de los platos, del uno al cuatro. Nos quedamos en el dos, que a pesar de estar marcado como nivel medio a nosotros ya nos llega. Después de comer decidimos ir al museo de la Aviación y la Ciencia pero nos despistamos un poco y acabamos en el océano Pacífico.
Acabar en el océano pacífico en esta zona del planeta no tiene mucho mérito. Tiene más mérito llegar al museo. Una vez allí, tienen unos cuantos aviones antiguos aparcados en los que te dejan subir (a algunos) y, aparte, unos cuantos F-16 (y su versión japonesa el F-2) están haciendo pasadas y piruetas a baja altura para celebrar no sé qué.
Con mi nueva arma, el poder de luz luminosa para deslumbrar a los pilotos enemigos, me subo a la carlinga de un F-104. Asombra la cantidad de instrumentos que hay. Cierto es que es un avión de los años 60 y que ya no está en servicio en ningún lado pero te preguntas cómo narices hacían los pilotos para estar atentos a tantos indicadores a la vez y para manejar tanta palanquita. La palanca de mando parece más sencilla, pero lleva también tres botones cuya función ignoro.
En fin,llega el domingo. El otro señor M, que lleva aquí ya unos añitos, nos propone apuntarnos a una actividad que organiza la oficina internacional de Rokkasho. El inekari es la cosecha del arroz. Tradicionalmente se hacía a mano pero ahora se hace con unas maquinitas que te dejan ya el arroz empaquetado en un santiamén. Pero en fin, hay que guardar las tradiciones así que bajamos al campo, guiados por los paisanos locales, y nos ponemos manos a la obra.
Enseñando carne y pisando barro, cortamos los tallos de arroz y los atamos con otro tallo. El trabajo del campo es muy duro para los urbanitas y demostramos poca habilidad y poca gracia. Los paisanos, para que no nos desanimemos, pasan un poco la máquina para acelerar el proceso. La televisión local me hace unas preguntas (vía una intérprete) a las que respondo aleatoriamente y espero que a satisfacción del público japonés.
Al final el arroz queda recogido y apilado en unos listones en un borde del campo. Parece que en enero organizan otra actividad en la que se lo comerán en distintos formatos. A nosotros nos dan de comer después de la faena, unas sopitas de fideos de arroz, claro.
En fin, esperando que este workshop me sirva para algo en un futuro, despido la conexión.