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19 de enero de 2009

La maldición de la lavadora

Tardo un rato largo en llegar de casa al curro, y del curro a casa, aunque el viaje se pasa en un plis gracias a la lectura del libro 1812, Napoleon´s Fatal March on Moscow. Comparado con las desgracias de la Grande Armée, 50 minutos de viaje no son nada. No tengo ni que morir congelado ni que alimentarme de despojos ni esperar a que vengan los cosacos a por mí ni que mis propios compañeros me prendan fuego. El que diga que no se vive mejor ahora, miente como un bellaco.

Aunque aún se viviría mejor si las lavadoras funcionaran como Dios manda. Si las correas no se rompieran, si las bombas funcionaran eternamente y si la ropa no saliera chorreando, planteándote el dilema de ver dónde coño tiendes las toallas en ese estado. Pero al fin, las bombas se reemplazan, las correas se recolocan, los filtros se limpian y por lo menos no he tenido que hacerme un París - Moscú a pie, perseguido por los cosacos y devorado por los piojos.

Del apartado de fontanería, incluyendo grifos que fugan, desagües que no tragan y cisternas de váteres que entran en resonancia, hablaremos otro día.

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