1 de agosto de 2011
Aguas salvajes
A mi burro, a mi burro, le duele la rodilla. El médico le manda que vaya a la piscina. Y allá que se va. Compra un bono de diez entradas, para obligarse a ir, en una piscina cercana a su domicilio y entra con la expectación de las πρώτες φορές en el vestuario. Allí descubre que con una moneda de dos euros puede dejar sus preciadas posesiones en una taquilla y partir a la piscina con total tranquilidad a dedicarse a lo suyo. La piscina es de 25 m, al aire libre, y está rodeada por una zona descubierta y unas gradas en las que todo tipo de cuerpos se tuestan al sol poniente. La piscina tiene una calle reservada para nadadores, separada por dos líneas de corchos, aunque la diversión favorita de niños y no tan niños consiste en atravesarla justo cuando pasa alguien, bien sea buceando por debajo del nadador o directamente contra éste. A punto de acabar su primer largo, el burro susodicho se estampa contra una niña de generoso porte, a la que pedagógicamente recrimina su actitud. Ante la impavidez de aquella, le pregunta que si le entiende a lo cual ella responde que sí, pero sigue sin apartarse. La siguiente vez es increpada un poco menos pedagógicamente, pero la guerra está perdida. La niña y sus amiguitos se dedican a cruzarse cada vez que pasa nuestro protagonista que, a pesar de repartir algún mandoble que otro, no consigue hacerse respetar. Los días siguientes lee un libro, Vida de Pi, sobre la difícil convivencia en una lancha de salvamento entre un náufrago y un tigre de bengala y aprende varias cosas sobre la domesticación de animales salvajes. Más tarde comprueba que estos trucos no funcionan con los niños salvajes de la piscina. Habrá que probar otra cosa.
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1 comentario:
Querido amigo, titánica tarea la que te propusiste :) ¡Palabra de maestra de escuela!
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