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21 de agosto de 2011

Polvo, sudor y hierro

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Las lecturas infantiles tienen mucho peligro: uno lee poemas de cides cabalgando cociéndose en su propio jugo y decide no caminar jamás por la terrible estepa castellana en verano. Hasta que un día otras lecturas le confunden y acaba en el susodicho terrible lugar en la mejor época del año.

Antecedentes
En posts anteriores, dejábamos Mad tomada por las juventudes católicas del mundo entero. Aparte, o Dios o el Diablo se habían conjurado para que las susodichas, de nuevo, juventudes se cocieran en su propio jugo, otra vez. Lo malo es que el calor no distinguía entre juventudes católicas y madrileños habituales, así que todo el mundo se cocía en su propio jugo.

Decisión
Vayámonos al norte. Compremos una tienda ultraligera, aprovisionémosnos y huyamos.

El viaje de ida
El GR85 empieza en Villasana de Mena. Para llegar allí hay que ir a Burgos y cambiar de autobús. Aprovechamos para visitar Burgos, es bonito, pero hace el mismo calor que en Madrid. Además, el diseñador de plazas sin sombra también ha pasado por aquí. Anuncios de la JMJ, puestos de morcilla, catedral en restauración, el río Arlanza, opípara comida a base de carnes y volvemos a la estación de autobuses a coger el Burgos-Bilbao que nos dejará en nuestro destino. El autobús sale con poca gente y para en pueblos en los que no da la impresión que viva nadie, pero sube y baja gente. Cruzamos el Ebro. En Villarcayo y Medina de Pomar, los pueblos grandes de la zona, sube y baja más gente aún. Al estar tan cerca de Bilbao, hay mucho bilbaíno de vacaciones y resulta más fácil ir a Bilbao que a Burgos, como luego pudimos comprobar. El caso es que tras dos horas y algo de ruta, el autobús desciende un puerto entre la niebla y llegamos al fin a Villasana de Mena. Encontramos el hostal, cenamos algo y dormimos.

Villasana de Mena - Castrobarto
La guía da 15 kilómetros hasta Castrobarto. La guía es de 2002 y tenemos la impresión de que el boom inmobiliario también se dejó notar en Villasana. Lo que era un camino entre campos se transforma durante el primer kilómetro en camino entre chalets. Pero el resto del camino es muy agradable, además hace fresco y está nublado, con lo que el sol no nos machaca. El camino cruza un par de pueblos, Vallejo y Siones, donde paramos a coger agua y ver las iglesias. El camino se mete en el monte, entre robles y hayas, para subir al puerto de la Magdalena. Amenaza tormenta, pero se calma y cuando llegamos al puerto, luce el sol. Paramos a la sombra de unos pinos para comer algo. Una pista lleva hasta Castrobarto, ya sin sombra, pero no hace mucho calor y sopla un poco de viento, así que llegamos al pueblo. Tomamos unas cervezas en el bar y una chica nos ofrece un terrenito en el centro del pueblo para plantar la tienda. Aceptamos la oferta y vamos a ver la iglesia, donde mi cámara de los últimos años muere por un error en la óptica. Esto nos impedirá documentar gráficamente el resto del viaje. Cenamos embutido y una sopa de sobre mientras el cielo se ennegrece y empiezan a caer rayos a lo lejos. Nos embutimos en la tienda cuando caen las primeras gotas y cae un tormentón sobre nosotros. La tienda se porta estupendamente, pero es pequeñita, así que dos adultos con mochilas caben malamente. Si uno de los adultos está delgado, mejor. Dormimos.

Castrobarto - Quincoces de Yuso
Desmontamos el tenderete y nos despedimos de los propietarios del terreno. Pasamos por el bar a tomarnos un café y charlamos con un jubilado del banco de Bilbao cuya mujer es de Castrobarto y que vienen aquí a pasar el verano por el frescor y la tranquilidad, pero en invierno ni se acercan. En invierno sólo hay veinte vecinos y en los pueblos de al lado dos o tres. Nos dice que hoy soplará el viento del sur y que hará calor. Cerca de la iglesia otra señora, de Basauri y de vacaciones, nos cuenta las excursiones que ha hecho por la zona, el valle de Losa. Salimos por un camino entre campos. De momento está nublado y se va bien, pero empieza a hacer calor. En Villalacre una señora nos dice que mal día para andar. Subimos a la loma de la Pelada entre encinas y desde allí bajamos a Villaventín. Cogemos agua. Las marcas no están muy claras en este pueblo y la cosa empeorará en los siguientes. En Castresana te mandan por una pista asfaltada sin ningún encanto y sin ninguna sombra. Las avispas zumban en nuestros oídos. La indignación crece. En el penúltimo pueblo nos cruzamos con un señor mayor que nos dice que es el día más caluroso del verano y que la fuente del pueblo está seca, que eso no había pasado nunca. Llegamos finalmente a Quincoces, por donde hemos venido una cruz indica a los que hacen el camino en sentido contrario que no es por ahí, pero sin embargo hemos visto marcas durante el trayecto. En fin. Buscamos alojamiento. Durante la cena vemos en la tele que mañana hará más calor, así que tras la terrible experiencia castellana de hoy, nos damos mus.

Viaje de vuelta
Acostumbrados a la oferta de transporte público en Mad, uno siempre se nota raro cuando llega a un pueblo y sólo hay un autobús al día. En la estación de Burgos nos chocó ver el anuncio de transporte a la demanda. Si quieres viajar desde alguno de estos pueblos semiabandonados, llamas a un número gratuito y te pasan a buscar, pero sólo algunos días por semana. El caso es que tras mucho preguntar, descubrimos que un autobús nos lleva de Quincoces a Bilbao a la una y media. Aceptamos pulpo. Paramos en Bilbao lo suficiente para comer algo y comprar el billete a Mad. En el camino cae un tormentón a la altura de Lerma. Llegamos y dormimos.



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