Páginas

12 de junio de 2005

Rodríguez

Llevé a Ella al aeropuerto el viernes y comenzó mi weekend Rodríguez. La tarde del viernes pasó sin pena ni gloria y a las 5.30 me reuní con un par de compañeros del curro a tomar unas birras en la terraza del restaurante 1. Se habló de lo de siempre, del cabrón del jefe, de lo cara que está la vivienda, de coches y de tías. Da igual como esté uno, soltero, casado o mediopensionista, que está todo el mundo más salido que el pitorro de un botijo. ¿Será una oscura maniobra del gran capital para tenernos controlados? Entre esto, los coches y el fútbol, al ser humano masculino medio no le queda capacidad cerebral disponible para luchar contra ninguna injusticia. ¿Será adquirido o será genético? En fin, con el contento de tres cervezas me dirigí a mi casa donde me encerré conmigo mismo hasta que fue la hora de dormir.
Sábado Rodríguez
Me levanté por la mañana y los vi por la ventana. Son peludos y muy grandes y vuelan amenazantes.
La última carrera de orientación de la temporada de primavera se disputaba en los bosques del Jura suizo, a mitad de camino entre Gva y Lausanne. Después de mi victoria de hace un mes, había decidido pasar a la categoría superior, ya que no me parecía justo derrotar a mujeres y jubilados sistemáticamente. Craso error. Es mucho más reconfortante derrotar a alguien (aunque sean mujeres y jubilados) que ser derrotado, humillado y ofendido.
Como tenía tiempo antes de la carrera decidí afeitarme. Últimamente ya no me afeito con la maquinilla, cojo el rapacabezas que me enviaron mis padres por mi cumple y con eso se quita uno las barbas en un pis pas. El apurado no es perfecto pero a mi me da igual. Mientras me miraba en el espejo del baño me vi los pelos del pecho. Pasé la maquinilla por encima y unos cuantos pelos desaparecieron de mis fornidos pectorales. Poseído, me afeité todo el pecho. Levanté la vista y un hombre pollo me miraba desde el espejo. ¿Qué había hecho?
La cosa ya no tenía arreglo, así que me vestí de orientador y partí raudo y veloz hacía la carrera. Comencé la carrera más o menos bien. Las tres primeras balizas aparecieron bastante rápido las fui buscando navegando con la brújula, sin utilizar caminos para asegurar. Confiado, partí a buscar la cuarta. La cuarta no apareció. Tras buscarla infructuosamente, decidí abandonar. Estaba hasta el nabo. Cogí una pista que descendía y traté de situarme en el mapa. ¡Estaba a tomar por culo de dónde se suponía que tenía que estar la puta baliza! Me la había pasado y me la había pasado por lo alto.
Volví a casa con la desilusión del abandono a cuestas. La semana anterior había tardado dos horas y pico en acabar la carrera por culpa de una baliza y esta no había ni siquiera conseguido acabar. La temporada que viene me compro un GPS.
Domingo Rodríguez
Ich bin, was ich tue (Reinhold Messner)
Domingo y buen tiempo. El antiguo alpinista que reside en mí se sintió llamado por las altas cumbres. El paquete grasiento en que me he convertido intentó resistirse. A las 9 de la mañana, una vez ganada la batalla por el antiguo alpinista, salí de casa dispuesto a emprender la ascensión en solitario de la Dent D'Oche, pico que puede calificarse como de excursión extrema, algo así como la chimenea del Yelmo pero con algo más de patio. El pico (2220 m), a escasos 10 km en línea recta del Leman, tiene una pared norte que cae a pico 400 m, aunque yo me decidí por las verdes pendientes de su cara Sur. La ascensión consta de tres partes: subida bucólica por el bosque al lado del arroyuelo cantarín hasta unos chalets de pastores; ascensión de la pared herbosa hasta el refugio, con cables y cadenas al final y cabras montesas inmutables; y los cien metros últimos con aristilla graciosa y más cadenas. En dos horas y media consiguió el antiguo alpinista (cagueta,todo hay que decirlo) plantar su envoltura corpórea en la cumbre tras algunos momentos de duda a la vista de los precipicios finales. La putada es que justo hoy venían unas nubes de l'Espagne que llegaban hasta aquí (y mira que está lejos) que cubrieron toda la vista desde la cima. El descenso, que se hacía por otro lado, tenía también su aquel, pero nada comparado a la travesía aquella de los Infiernos que hice una vez con mi brother.
A la bajada, más cabritillas triscando alegremente y contemplado extrañadas a los excursionistas que pasaban por el camino. Un poco más pallá estaba el que debía ser el padre de todas las cabritillas, subido a una peña con cara de satisfacción por el trabajo bien hecho.
Con esa misma cara llegué yo a la macchina. Y al quitarme las botas y la camiseta vi como el antiguo alpinista me sonreía desde lo alto del pico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"...vi como el antiguo alpinista me sonreía desde lo alto del pico."
Joer que gonito, y ya que estamos comenta también cómo te sonreía el actual "paquete grasiento" desde el coche cuando estabas en lo alto del pico... jusjusjus.

¿Nos vemos el domingo pues?

Bajodetorax