
No suelo bajar muchas veces al año a Madrid, aunque llevo pasadas allí casi dos semanas consecutivas. Motivos de esos que se dicen familiares. Aunque ya que he bajado, aprovecho para ver gente y pasar revista a los menores de la familia.A veces me pregunto por qué en Madrid tengo tanto familiar y amigos, si estuvieran más repartidos podría hacer turismo más variado. Luego los amiguetes que he ido haciendo estos últimos años se van a sitios tan exóticos como Zaragoza, Jaén o Cadarache y así no hay quién pueda. Nadie vive en Córcega o en Corfú o en la Polinesia. Lo bueno de Madrid es que siempre se puede ir a la Pedriza, o a tomar comida picante a la sucursal mejicana en Carabanchel o a comer tarta a Alcorcón, pequeños placeres que hacen la vida más llevadera y que me han servido para recargar las pilas después de unos meses algo tontos. Gva me ha recibido con un sol radiante, con los días largos de la primavera y con el LHC algo machacadito. Y se está tan bien en el jardín del restaurante, tirado en el cesped, tomando un té con el Mont Blanc al fondo que hasta yo me doy cuenta de la suerte que tengo.
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