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16 de abril de 2007

Érase una vez en Provenza

Iba a haber ido a Aix-en-Provence a visitar a mi amiguita BC (y a su concubino CC de propina) antes de semana santa, pero se interpuso el destino y tuve que aplazar el viaje. Los muchachos se han ido a la Provenza, parte de la región PACA, a trabajar y meter la cabeza en el más apasionante proyecto científico que vieron los siglos, el ITER, una máquina que nos hará dueños de una energía ilimitada, tirada de precio, usando los mismos mecanismos que el sol. Una fuente de energía que nos librará de Osamas y jeques árabes con sus petrodolares, Rolls Royces y Mercedes descapotables. Quédaos vuestra pasta negra y pringosa: seremos libres y no contaminantes.
En estos momentos se está produciendo un trasvase de cerebros entre Gva y Cadarache. Las mentes que estuvieron detrás del más apasionante proyecto científico que vieron los siglos previamente, han decidido cambiar de tercio y se aproximan sigilosamente al mundo de la fusión. Mientras tanto, la campiña provenzal ofrece una explosión primaveral de olores y colores; de líneas de vides, olivos y almendros. Pueblos de color tierra salpican las colinas con sus calles estrechas y sus muros. Es muy bonito pero yo encuentro todo un poco rural. Para cambiar un poco de tanto ruralismo, B y C me llevan a Aix-en-Provence. La ciudad tiene un casco antiguo de calles estrechas, para variar, y está llena de fashion victims de ambos sexos. Contrariamente a Marsella, escasean los magrebíes. Llegamos a la plaza mayor, dónde ondea la senyera junto a las banderas francesa y europea. Allí vemos que hay un mitin a las seis (son las seis) donde actuará el candidato a la presidencia de la République, José Bové.
El antiguo agricultor, reconvertido en arrasador de mcDonalds y campos de vegetales modificados genéticamente, llega tarde porque viene de otro mitin. Aprovechan la ocasión para subir al estrado diversos representantes de colectivos de la gauche alter-mondialiste. Denuncian que los pisos están caros, que expulsan a los niños sin papeles y que Sarkozy y Ségolène son dos caras de la misma moneda y que va dada la République como salga cualquiera de ellos. Al fin llega José (léase Yosé) y el hombre la verdad es que habla bastante bien, no como la sosa de la Ségolène, que es una especie de Zapatero en mujer y francesa. Nos anuncia que la OMC está a punto de aprobar unos acuerdos de libre comercio por la presión de la administración Bush que necesita aprobarlos rápidamente para no tener que rendir cuentas al congreso de los USA. Que las multinacionales se están adueñando, con la excusa del libre comercio, de la alimentación mundial y que los pequeños y medianos agricultores (que en Francia nunca han sido especialmente pobres) están amenazados de extinción y son el último baluarte ante esta mundialización implacable que pretende vaciar de contenido nuestras democracias y convertirnos en meros consumidores de productos que jamás diseñaremos.
Termina Bové y sube a la palestra un diputado boliviano que recorre Europa enviado por el compañero Evo Morales a anunciar en español a quién quiera oirle que el compañero Evo Morales está devolviendo Bolivia a los bolivianos y librándose de las injerencias de las multinacionales, únicamente interesadas en vaciar el país de sus recursos. Que ofrecen su apoyo al compañero Bové y que seguirán hasta la victoria siempre. La plaza estalla en vítores y aclamaciones cuando se escucha el viejo lema revolucionario. Nosotros decidimos abandonar la plaza y continuar callejeando por la ciudad, tomar un panaché y pasar a buscar a JRK, uno de esos cerebros trasvasados de los que hablaba antes. JRK, al que guardo gratitud por enrolarme en mi actual empleo y al que espero deber una mamada algún día, ha optado por vivir en pleno centro de la ciudad en vez de en la campiña. Tiene un piso con una distribución muy original, un salón enorme y dos cubículos: una cocina y un dormitorio/baño. Nos lleva a comer a un restaurante dónde nos sirven unas carnes a la brasa muy bien hechas que nos dejan satisfechos en el sitio. Nos despedimos y volvemos a casa de B y C.
A la mañana siguiente, B y C me llevan a Cucuron, un pueblecito muy mono por el que paseamos y comemos. Volvemos a casa y B me deja conducir su Ginetta(?) hasta la estación del TGV. Nos despedimos como si nos fuéramos a ver mañana mismo, es lo que tienen los amigos.

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