Agotador viaje por el simpático país helénico. Desde Atenas hasta Mitilini pasando por Santorini y Paros, IM y un servidor disfrutamos de nuestra odisea particular. En el camino, mis queridísimas ex-compañeras de curro, A y E, nos alojan y alimentan y nos enseñan el país menos turísticamente de lo que lo habríamos visto nosotros: no hay como tener amigos indígenas.
Desembarcamos en Atenas donde nos espera el comando Portugalete. En Atenas hace un calor de morirse y subimos a la Acrópolis sin aire acondicionado. Supongo que los frisos del Partenón, cuestiones nacionales aparte, están más frescos en Londres. La Acrópolis domina Atenas, que a su vez se extiende hasta donde alcanza la vista y más allá. Los barrios al pie de la Acrópolis, Plaka y Monastiraki, son el centro turístico de la ciudad y por allí nos perdemos buscando sombra y cerveza.

Sigue un paseo en barco hasta Egina, para escapar del calor ateniense y darse un bañito. A la vuelta, A nos lleva a comer souvlaki a un sitio típico del que salimos llenos a reventar por un módico precio. Tras el sueño reparador, acabamos en el museo arqueológico nacional y los portugaletenses se vuelven a casa. Al día siguiente, comienza nuestro periplo naútico hacia Paros. Tras veinte minutos en Paros decidimos ir a Santorini. Recorremos en quad la parte de la isla no volatilizada por el volcán y asistimos en Oia a la puesta de sol junto con otros diez mil turistas que ocupan las terrazas de este típico pueblecito. Parada en el cuarto que hemos alquilado y de nuevo carrera en quad por la mañana hasta la playa. Vuelta al puerto, donde el Blue Star Naxos sale con 3 horas de retraso. Llegamos a Paros, encontramos un bujero para pasar la noche y a la mañana siguiente salimos escopeteaos hacia la playa, perreo, paseo y vuelta a Atenas, donde A nos acoge en su apartamento del Pireo.

Mitilini nos espera. Las nueve horas en el barco transcurren entre sudokus y tiripitas. A la llegada a Mitilini, E nos espera en el muelle y vamos directos a la casa de la abuela donde nos espera el resto de su familia. Su familia decide que tenemos cara de hambre y unos pimientos rellenos y unos tomates también rellenos acaban en nuestro estómago. A la mañana damos cuenta del desayuno, de los higos, las ciruelas y las manzanas del jardín y nos vamos a la playa. Relax. De vuelta a la casa, preparamos una tortilla para quedar bien pero nos queda algo sosa. Tras la tortilla, acabamos en el piscina party de un tal V, que tiene una casa de las que salen el País del domingo. Con piscina, claro. Multitud de griegos y griegas beben, bailan y se tiran a la piscina. Casa. Desayuno. Playa. Llega G. Playa. Cenote (cerdo al horno con ciruelas). Bar on the beach. Desayuno. Playa. Comida en Petrí. Excelente. Paseo por Molivos. Precioso. Baño en Eftalou. Glorioso. Aprovechando que el día siguiente es el 15 de agosto y toda Grecia celebra distintas vírgenes y santos me voy de caminata nocturna solitaria desde Mitilini hasta Agiasos. 25 kilómetros de paseo para ir a ver a la Virgen, primero por carretera y después por un camino que sube y sube entre olivos y por el que voy adelantando grupos de indígenas a los que saludo en mi griego para principiantes lección uno. Cuando ya me estoy hartando de tanta caminata, entro en Agiasos. Son casi las dos de la mañana y aquello está a reventar de gente. Doy una vuelta por el pueblo y me pillo un bus de vuelta a Mitilini. Cama. Desayuno. Playa. Vuelta a chez G donde nos esperan unas sardeles (sardinas) de Kaloni para cenar. Estupendas. Con el estómago lleno y con gran dolor de corazón por tener que abandonar este paraíso, decimos adiós a nuestros anfitriones y nos preparamos para el viaje de vuelta a Atenas. Nueve horitas nocturnas en cubierta nos esperan, pero conseguimos un par de butacas algo más confortables y así pasa la noche entre cabezada y cabezada.

Llegada al Pireo a las siete de la mañana. Bajamos del barco y cuando estamos a punto de coger un autobús, aparece la melena inconfundible de A y nos pregunta que a dónde vamos. Sorprendidos por su aparición, concluimos que la suerte nos acompaña en este viaje y tras un sueñecillo, nos vamos a Spetses. Recorremos media Grecia hasta llegar a un callejón sin salida en el que dejamos el coche y donde una barca nos lleva a Spetses. Playa. Baño. Comida. Vuelta al coche, recorremos media Grecia de nuevo y de vuelta en Atenas subimos al Partenón iluminados por la luna llena eclipsada. El domingo dormimos, descansamos, compramos unos souvenirs, comemos, cenamos y acabamos a las doce de la noche en una sala de conciertos griega donde pretenden cobrarnos 160 euros por una botella de licor por sentarnos a una mesa. Así que nos quedamos de pie, contemplamos asombrados el espectáculo y a las dos nos vamos. A las cuatro y media nos levantamos y llegamos al aerodromio para coger el vuelo. Tras la parada y visita a Viena (que se está convirtiendo en tradición) llegamos a Gva. Agotados. Aquí, para variar, se pone a llover.
1 comentario:
Qué envidia! No sabes las ganas que tengo de ver Santorini. El contraste del blanco con el azul del mar, la puesta de sol. Tiene que ser preciosa... y muy romántica jeje.
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