Paseando un día por el ciberespacio me topé con un
sitio que ofrecía la posibilidad de desprenderte de tus objetos no utilizados o de pedir cosas que necesitaras. Todo por la patilla. Yo estoy más bien en la primera situación, es decir, el desprendimiento total y absoluto. Puede que algún día me vea en la segunda situación, pero ese día aún no ha llegado y de momento me sobra de todo, menos amor, que de éso nunca se tiene bastante.
El caso es que el otro día tuve mi primera experiencia desprendedora y fue cuanto menos curioso comprobar como el ser humano no está programado para desprenderse de objetos. Me apunté a la lista de freecycleros madrileños y leí un mensaje en el que se solicitaba una tele. En mi residencia actual hay tres aparatos que han sido depositados por mis familiares en tiempos pasados. Como yo veo la tele cero horas por semana (al menos en casa y sin contar pelis y series que veo en el pecé)los susodichos aparatos no hacen más que ocupar espacio y llenarse de polvo. Así que respondí al mensaje.

Una vez arreglada la cita, y chequeados los aparatos, llegó el momento del desprendimiento. Hice una demostración de su funcionamiento y ,de repente, me invadió la ira. ¿Por qué tenía que desprenderme de esta tele? Con lo bien que funcionaba, y siendo mía, sólo mía... Me asombré de mí mismo y de mi momento Gollum y procedí a ayudar a bajar la tele. Una vez finiquitada la entrega, me volví a asombrar. Yo, que después de la última mudanza juré que nunca volvería a acumular objetos, me sorprendí de los extremos a los que puede llegar el ser humano en su afán urraquil. ¿Somos todos así? ¿Estamos condenados? ¿Encontraremos algún día el final de la línea blanca?
1 comentario:
jajaja. Joer, es que era una tele!!! La verdad es que cuesta mucho desprenderse de las cosas. De hecho, creo que de las primeras palabras que los niños aprenden a decir es "mío". jeje
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