
La señora esposa de mi herpano D, es decir, mi señora cuñada y madre de (unos cuantos de) mis sobrinos se apunta a dar la nota y así aparezco una noche en el Auditorio de Madrid dispuesto a disfrutar del Mesias de Händel (candemor). La representación, en la que destacan cientos de personas que hacen los coros populares y ponen los pelos de punta al espectador, cuenta entre los músicos de la orquesta con un simpático señor con cara de inglés de las islas (en realidad, tienen todos caras de ingleses de las islas, pero es que son de allí) que toca un curioso instrumento guitarroide. Corroído por las dudas, me acerco al escenario en una pausa y le pregunto que cómo se llama su instrumento. En vez de responderme Willy o Dick (esto es un chiste) me dice que se llama Zi-our-ba que en inglés da Theorbe y en castellano
tiorba. Chúpate esa, T. El invento tiene unas cuerdas por ahí flotando, en plan guitarra de doble mástil del Jimmy Page primitiva, y, gracias al volumen de coros y violines, no se oye en absoluto. O mi oído no la oye, mejor dicho.
El Mesías acaba con un amén de cinco minutos, por lo menos, y después de tres horas y pico. La música es divertida, sea barroca o rocanrol, y me voy a casa contento a afinar el clavicordio.
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