Convertido al fotopajarismo, la vida se convierte en una sucesión de safaris, interrumpidos por cosas tan absurdas como el comer o el trabajar. Como mi compañera de piso ve con buenos ojos mi afición, me sujeta la cámara de vez en cuando y me acompaña de paseo a sitios como la laguna del Campillo, a la que llegamos, siguiendo las buenas costumbres, un domingo a las dos de la tarde.
Por encima nuestro pasan bandadas de ciconia ciconia que no sabemos cómo hacen para no colisionar en vuelo. Las ciconia últimamente emigran (cuando emigran) de vertedero en vertedero y tiro porque me toca, ya que allí hallan todo el alimento que necesitan.
Perseguir a las ciconia resulta un agradable ejercicio de práctica con el autofoco. Agradable y agradecido, ya que dado el generoso tamaño de estas simpáticas aves, recortando algo por aquí y por allá, se las ve con detalle y a uno, qué queréis que os diga, estas cosas le conmueven.
En un momento dado, el camino que bordea a la laguna se acerca al Jarama. En este tramo de río se ven varios animalitos con plumas. Como todo animal que se precie, son desconfiados con el ser humano, así que en cuanto me ven salen corriendo a esconderse debajo de los carrizales de la orilla opuesta, no vaya a ser qué... Pero esta fulica atra queda inmortalizada. Mal, pero inmortalizada.
También mal quedan estas gallinula chloropus, aunque una queda retratada caminando sobre las aguas, cual JC cualquiera. Esto de comparar a JC con una polla de agua seguro que no da puntos en el juicio final, pero en fin, ya veremos cuando llegue el día qué se me ocurre para justificarme.
Al final de la caminata aparece esta ficedula hypoleuca subida en una rama. Y se queda quieta un rato, y la luz viene por el sitio adecuado, y la enfoco a la primera. Cuando proceso la imagen y me encuentro con esto, se me cae la lágrima y me doy dos besos a mí mismo.
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