12 de agosto de 2014
38 mm
Llega el verano y vuelven las pulsiones consumistas. Como decía el bardo, este el tiempo del cambio, el futuro se puede tocar... También decía más cosas, pero centrándonos en lo que nos ocupa, que es el trastorno cameril, héteme aquí que el otro día estuve viendo fotos de las que hacía con mi antigua cámara y, en verdad os digo, vi algo en ellas que me llamó la atención. De todos es sabido, al menos de todos los trastornados, que los sensores pequeños tienen más profundidad de campo a igualdad de apertura del diafragma, con lo que te quedan más cosas enfocadas. Pero no sé si era eso o lo que me llamó la atención fue la distancia focal empleada. Distancia de 3.2 mm, que en su equivalente para sensor de 35 mm correspondería a una lente de 38 mm (o una de 24 o 25 en APS-C).
Esta revelación me hizo plantearme la adquisición de una nueva lente, pero mi ángel de la moderación me susurró al oído que ya tenía un 24mm, en el zoom que venía con la cámara y que es algo engorroso para sacarlo a paseo y que además no es capaz de vencer la fuerza de la gravedad y se sale cuando va boca abajo. Pero en fin, si no voy a comprar más cosas no voy a comprar más cosas, me ponga como me ponga y se estire el zoom lo que se estire. Es duro sobrevivir al verano madrileño y más duro aún resistirse a las pulsiones consumistas y retornar al antiobjetismo puro y duro, pero si tengo un 24, tengo un 24. Y ya está.
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