Cuando cumplí los cuarenta, mi familia me regaló un álbum de fotos en los que se veía mi evolución de niño a cuarentaañero. Hacia la mitad del álbum aparezco, en buen estado, con mi ex-v y con el S, que me miran, como dice la foto, como si me quisieran.
Y algo de éso debía de haber. Se notaba cada vez que estábamos con ellos en cualquier montaña o en cualquier isla o en cualquier reunión familiar. Sobre todo en la montaña, donde, hiciera frío o calor, siempre veíamos a S con la camisa abierta, despechugado, desafiando a los elementos, con sus bávaros, con su barba y con la melena al aire.
El lunes recibo la llamada de mi padre, que me avisa que S está en el hospital con problemas para respirar. El martes la doctora dice que la situación es grave. Por la tarde, estoy un rato con él en la habitación viendo el telediario y nos reímos un rato de las noticias de este país de locos. Le doy las buenas noches. El miércoles llego por la tarde, está un poco cansado, pero luego, cuando paso a despedirme, le noto los ojos alegres. Cuando salgo de allí, me da por pensar que si no nos estaremos preocupando demasiado, pero el jueves por la mañana me llevo un baño de realidad cuando me dicen que ya se ha terminado todo.
Así, con un movimiento de la mano y con una mirada, me despido de alguien que ha estado presente en mi vida desde que me acuerdo. De alguien del que ahora mismo no puedo recordar ni una sóla palabra o un momento en concreto pero cuya presencia ha sido una constante: era el S y estaba ahí, estuviera yo cerca o estuviera yo lejos. Era, y es, parte de mí. Y ahí estará siempre.
3 comentarios:
Qué foto más bonita Eduardo, un pequeño homenaje lleno de amor.
Un besote,
Bonita y emotiva entrada Sr E
gracias por ser como eres
ex-v
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